domingo, 15 de mayo de 2016

La Habitación


-Hola


Despiertas, sientes una fuerza ligera e incorpórea que te presiona el pecho. Tratas de moverte, pero el cuerpo no te responde y cada vez te es más difícil exhalar el poco aire que tienes dentro. Recorres el cuarto de esquina a esquina con la mirada. Tus ojos, ansiosos y agotados, se clavan en el vacío oscuro que se filtra por una puerta entreabierta, la única en la habitación. 

Empiezas a escuchar sonidos leves, ajenos a la naturaleza del mundo nocturno. Una suerte de angustia aborda tu interior, pero rápidamente te calmas y decides estudiar la situación. La negrura de la noche, la misma que ahoga toda la habitación, no te permite dar con explicación alguna para la parálisis y en tanto a los sonidos, prefieres no cuestionarte nada. De pronto, logras discriminar el tipo de registro auditivo que tan nervioso te tiene: son gemidos adoloridos y, tras concentrarte por instante, das con el hecho de que llegan desde debajo de la cama. Sudas frio y la piel se te pega a las sabanas, tratas de cerrar los ojos, pero la incertidumbre de no saber qué es lo que está debajo de ti es incluso peor que la ansiedad que se origina del mantenerlos atentos a la habitación. La puerta se cierra lentamente; el chirreo de sus bisagras oxidadas te araña los tímpanos y te eriza la piel. Te desesperas.

Desorientado por el pánico, con el rabillo del ojo distingues en la esquina derecha de la habitación a una figura cadavérica. Cierras los parpados con fuerza, tratas inútilmente de serenarte, los vuelves a abrir y allí esta otra vez. Un ente alejado con la forma de un niño pequeño mirando al suelo. Cierras lo ojos de nuevo, piensas en que esto no puede estar sucediéndote y al abrirlos por tercera vez te das con la sorpresa de que aquella figura fantasmal no era más que una pila de libros arrumados sobre un viejo mueble, cubiertos por una manta blanca; sin embargo, los gemidos de hace un rato, no han cesado y puedes oírlos cada vez con más fuerza, cada vez más cerca de tus oídos. Entonces, la vieja radio que se encuentra sobre la mesa de noche, al costado de la cama, se enciende; la estática de esta comienza a taladrarte las cienes. Del techo empieza a caer un líquido negro que gotea lentamente sobre tu frente y por ratos te nubla la vista. 

Nuevamente intentas moverte, pero no da resultado alguno. Eres un cadáver sobre las sabanas. Los gemidos de alguna bestia que se oculta debajo del colchón, la estática que ahora suena como mil gritos desesperados y el líquido negro que al recorrerte la frente te cauteriza la piel; pareciera como si alguien estuviese probando tu convicción o jugando con tu cordura. Se te ocurre rezar, pero las palabras se te escapan de la memoria; entonces, quieres gritar, pero la lengua la llevas adormecida entre los dientes desde que despertaste.

Ya casi no puedes respirar, tienes la mirada fija en el techo, ha sido demasiado pero tu penitencia no parece tener final. A la orquesta de sonidos se le suma un golpeteo en la puerta de la habitación, seguido de una resonante voz que te llama por nombre y apellido. Ya es suficiente, piensas mientras buscas la forma de liberarte de tu propio cuerpo. Luchas desesperadamente contra el peso de tus músculos. Sientes como los ligamentos se inflaman para darle movimiento a tus huesos. Estas sudando hielo sobre la cama, comienzas a llorar. 

De pronto, logras mover los dedos de tu mano izquierda; al poco tiempo inhalas con fuerza por primera vez en toda la noche. Recuperas el control completo del lado izquierdo de tu ser. Buscas la manera de llegar al borde de la cama; has decidido a dejarte caer para luego arrastrarte fuera de la habitación. Ya no te interesan los gemidos ni la voz que viene desde afuera del cuarto. Nada podría ser peor que seguir encerrado entre esas cuatro paredes. 

Así sin más, te lanzas al vacío y apenas tocas el suelo todo se detiene. Los gemidos desaparecen, la radio se queda muda, el goteo del techo cesa y el golpeteo se convierte en un amargo recuerdo. Recuperas la movilidad completa de tu cuerpo. Te incorporas y ya aliviado das unos pasos cautelosos hacia la única ventada del cuarto, ubicada justo en la pared al extremo opuesto de la cama. 

Ya con la ventana en frete, te escabulles entre las cortinas y abres los cristales para mirar hacia afuera, está lloviendo. El aroma del concreto mojado te renueva el espíritu, comprendes que tal vez fue todo un mal sueño. Volteas, dispuesto a regresar a dormir, y me encuentras sentado al filo de la cama, mirándote fijamente. 


Por Victor Mendoza

No hay comentarios:

Publicar un comentario